Yzur
Todo cambió desde su muerte: mis
sentimientos, mis hábitos y mi forma de mirar al
mundo. Todavía tengo el recuerdo de cuando pintaba ese
bello cuadro, cuando lo pintaba a él. Recuerdo que me quedaba hasta que se apagaran los candelabros, acariciando su bello y oscuro pelaje.
Ahora… ahora no tengo nada más que un simple
cuadro y una pequeña casa en el medio de La Pampa. Es por eso que me dedico a mirarlo todo el día: cada
detalle, cada tonalidad de su color y el bello rostro de Yzur.
Nunca supe su raza, nunca supe dónde ni cuándo lo encontré. Hoy sigo con esa duda que me
atormenta cada noche. Así empecé a tomar esas viejas botellas del más barato
ron guardadas en mi sótano, como un bebé toma su leche materna para consolarse.
Luego de colgar el cuadro, empecé a escucharlo ladrar todas las noches, acostada, bebiendo ron. Así, le dejaba comida y, cuando me
levantaba, ya no estaba. Veía
corriendo su suave figura por el campo, pero nunca pude agarrarlo.
Una noche, decidí dejar su comida e irme a acostar,
pero esta vez no tomé nada de alcohol. Ya era la madrugada y no escuché sus ladridos.
Salí de mi pieza y encontré el viejo cuadro vacío: Yzur no estaba en él, estaba
sentado en el sillón moviendo su cola, tal como
lo había hecho toda su vida al verme.
¿Yzur volvió? ¿Yzur era real? ¿Tomé y era parte de mis
fantasías? Eso nunca lo sabré…